Ya hemos citado la trascendencia de estos días de Janucá, en los que el Eterno socorrió al pueblo de Israel ante el opresor griego e hizo que un pequeño grupo de sacerdotes, las familia de los Hashmonaim, venciera a un enemigo numéricamente muy superior y designaran un rey de su propio linaje.
Desde que ocurriera el milagro de Janucá continuó Israel gobernando en su tierra durante más de doscientos años hasta la destrucción del segundo templo. Agrega Rabí Ovadia Yosef, z”l, que si analizamos el milagro de Janucá, comprobaremos que toda la Torá oral como hoy la conocemos (o sea el Talmud) podemos atribuirla a dicho milagro, pues si observamos detenidamente veremos que nos ha quedado de toda la Mishna y la Guemara sólo las enseñanzas de los sabios –Tanaítas- que vivieron después de la generación de Hilel, y de sus enseñanzas pudimos inferir todo lo que hoy sabemos. Sin embargo de las generaciones anteriores a la de Hilel no poseemos mayores conocimientos y prácticamente no hay registros en el Talmud. Ciertamente, Hilel rigió los destinos del pueblo de Israel aproximadamente cien años antes de la destrucción del segundo templo, en tanto que el milagro de Janucá ocurrió más de doscientos años antes de dicha destrucción, como hemos citado, y si –D-os no lo permita- aquel milagro no hubiese ocurrido no dispondríamos de ninguno de los conocimientos de la Torá oral que hoy tenemos. Por dicho motivo este milagro posee tanta trascendencia, pues permitió la existencia de la Torá oral como hoy la conocemos, por lo que aplica el versículo que afirma: Farol es el precepto –de Janucá- y luz es la Torá, la Torá oral.