Ya hemos visto varios principios del precepto de la Tzedaka.
A Continuación, debemos aclarar que aquellas personas que trasgreden algún precepto de la Torá en forma consciente y voluntaria, no son dignos receptores de la Tzedaka. Por ej. personas que, a sabiendas de la prohibición de la Torá se afeitan con navaja, o profanan el Shabbat abiertamente, este tipo de personas no son receptores dignos con los que se cumple el precepto de la caridad. Sin embargo, aquellos que trasgreden algún precepto en forma involuntaria, pues en general desconocen la gravedad del mismo o las reglas que lo rigen, como por ej. aquellos que hacen comentarios injuriosos o discriminatorios contra otro judío, lo cual constituye una severa prohibición, Lashon Hara aún cuando muchas personas lo desconocen. A este tipo de personas sí es válido entregar Tzedaka.
Está escrito sobre los habitantes de la ciudad de Anatot, que eran gente rebelde e impia y persiguieron al profeta Jeremías, sobre ellos pidió el profeta diciendo: Y Tu, oh D-os! Conoces sus malos propósitos contra mi para matarme, no expíes sus trasgresiones y sus pecados ante Ti no elimines. Y tropiecen ante Ti en momentos de Tu ira, harás con ellos (Jeremías 16). Comenta el Talmud (Baba Kama 16) respecto a la última parte del ver. “y tropiecen ante Ti”, que se refiere esto a que incluso cuando deseen observar el precepto de la caridad, no se lo permitas y haz que se presenten personas no dignas para que su caridad no sea válida.
Pues si la persona no es digno o es un hombre impío, y hace caridad con alguien no apto para recibirla, esa acción no se considera un precepto y por lo tanto no recibirá recompensa alguna por ello.
En la actualidad, existen asociaciones e incluso personas que no son digna de reunir dinero para la caridad y aun así lo hacen. Incluso algunos representantes de instituciones sagradas o de ayuda a los carenciados reciben un 49% del producto y de la Tzedaka, el separan antes de abonar los gastos de hospedaje, traslado, etc. con lo que el capital que recibe la Tzedaka es mínimo. Y quienes así actúan de hecho roban sin miramientos a los pobres o las instituciones de Torá que representan. Cuando consultamos a Rabí Ovadia Yosef z”l al respecto, nos dijo que estos representantes son ladrones y aún cuando numerosos representantes de instituciones actúan así, eso no impide considerarlos ladrones, como hay muchos en la actualidad.
Hace aproximadamente 200 años, en Jerusalén no existía una comunidad ashkenazí organizada, como la sefaradí que si era numerosa y el “colelut”, o sea la dirigencia rabínica reunía fondos en los países del exilio y así se mantenía la comunidad en Jerusalén. Cuando se organizó la comunidad ashkenazí, las distintas dirigencias reunían fondos en el exterior, los sefaradim entre las comunidades sefaraditas y los ashkenazim entre las comunidades ashkenazitas.
Escribe el gran erudito Yaacob ben Tzvi (Yaabetz), que las comunidades ashkenazitas en la diáspora eran sumamente generosas y ayudaban en forma abundante, pero he aquí que los representantes de las comunidades de Jerusalén descontaban su porcentaje de las donaciones y enviaban el dinero con mensajeros que también descontaban por sus servicios. Ya el dinero en Jerusalén, se entregaba en manos de los responsables de ayuda quienes también tomaban un porcentaje por su trabajo y el dinero líquido que llegaba a la comunidad era tan poco que las personas vivían sumidas en el hambre y la necesidad. Y la mayoría escogió regresar a sus lugares en el exilio donde podían encontrar medio de subsistencia para enfrentar la indigencia.
De allí que aquellos que se presentan como emisarios de la Tzedaka y en realidad separan sendos porcentajes por sus servicios, no son sino ladrones de los pobres de quienes arrebatan su subsistencia.
Y un impresionante relato escuchamos de boca de un hombre piadoso que a su vez lo oyó de boca una gran autoridad rabínica. Y relató que Rab Arie Levin z”l (el famoso “tzadik de Jerusalén” de la generación anterior), le comentó un tiempo antes de su fallecimiento sobre los beneficios que recibe el fallecido con las exequias que se realizan en su nombre. Y Rab. Arie le comentó que él le encomendará a sus hijos que no realicen exequias en su nombre. Al ser consultado sobre esta extraña desición, Rab Arie como respuesta, la relató lo que él mismo había vivido durante la primera guerra mundial.
En la Jerusalén de entonces, se vivían momentos realmente duros. La gente literalmente moría de hambre, nosotros mismos en mi casa vivíamos sumidos en el hambre y la pobreza y no tenía qué traer a mi casa. Decidí escribirle a un pariente de buena posición económica que vivía en las EE. UU para pedirle su ayuda y de alguna forma paliar el hambre en que vivíamos. Transcurrieron tres meses desde que envié la misiva y no recibí respuesta alguna. Realmente en mi interior me sentía enojado, cómo es posible que después de haberle escrito sobre el hambre que padecíamos no se dignara a ayudar en lo absoluto, él que disfrutaba de la bonanza en los EE. UU! Después de algunos días, recibí una misiva de dicho pariente en la que, no sólo no estaba acompañada de dinero, sino que me criticaba duramente por mi falta de educación ya que en varias ocasiones envió dinero y nunca recibió respuesta a dicho envíos.
Entendí que algo extraño estaba ocurriendo y me dirigí al correo a reclamar si tenía correspondencia. Me respondieron que toda la correspondencia con dinero era girada directamente a los encargados de la caridad para que ellos la entreguen directamente.
Me dirigí al encargado de la caridad para reclamar por mi dinero, pero este me respondió que, de hecho había un dinero dirigido a un tal Arie Levin pero que debía primero comprobar que no existía otro en Jerusalén antes de entregarlo! Rab Arie le propuso firmar un pagaré para que en caso de que otro Arie Levin reclamar el dinero el se haría responsable, pues sabia que no había otro Arie Levin en la comunidad ashkenazí de Jerusalén de entonces. Le pidió por favor que le entregue el dinero ya que su familia estaba sufriendo realmente de hambre. Sin embargo el responsable de la caridad se negó aduciendo que la organización tiene un orden que es preciso cumplir. Así, relata Rab Arie Levin z”l con la falta de medios para conseguir alimento el hambre en mi casa siguió penetrando hasta que mi hijo comenzó a mostrar signos de hambre, se inflamó su vientre y eventualmente falleció.
Después de finalizada la guerra, la situación mejoró levemente y aquel responsable de la Tzedaka falleció y decidí concurrir a su entierro. Allí escuché las loas y elogios que recibió aquella persona que se había desempeñado como responsable de la caridad y había salvado tantas personas. Fue entonces que decidí que en mi entierro no quería exequias en las que se ensalzara mi persona.
Por ello, es preciso ser sumamente cuidadoso en escoger los pobres dignos de recibir el dinero que se destina para la caridad, así como las instituciones o encargados honorables y piadosos que harán buen uso del dinero de la caridad. También es necesario no retardar el dinero de la caridad o evitar entregarlo por la sospecha de que no son pobres dignos, pues quien no realiza tzedaka es equiparado al idólatra como afirma el Talmud (Baba Batra 9). Por ello se debe entregar el dinero de la caridad en forma inmediata a las instituciones reconocidas y a los rabinos dignos y honorables que de hecho harán uso correcto del dinero.