Pregunta: Es permitido que dos mujeres permanezcan solas en un recinto (ijud) con un hombre?
Respuesta: El Talmud (Kiddushin 80) afirma que el hombre no debe permanecer sólo en un recinto cerrado con otra mujer que no sea su esposa. Existe entre las autoridades rabínicas diferencias sobre esta prohibición, en tanto que algunos sostienen que se trata de una prohibición de la Torá, otros opinan que es una prohibición de orden rabínico. Hay quien sostiene que es opinión unánime que se trata de una prohibición de la Torá.
Establece Maran (Sh. Aruj cap. 22 inc. 5) que es prohibido que una mujer permanezca en ijud con varios hombres, a menos que uno de ellos sea su esposo. Y de la misma manera el hombre tiene prohibido permanecer en ijud con varias mujeres a menos que una de ellas sea su esposa.
De lo anterior se concluye que es prohibido que dos mujeres permanezcan en ijud con un hombre. Rabbi Shalom Hacohen Shibadron z”l relató al respecto una emotiva anécdota.
El gran erudito Rabi Yaacob de la ciudad de Lisa z”l autor de la obra Netibot Hamishpat, comentario sobre el Sh. Aruj Joshen Mishpat, leyes monetarias es de lectura obligada para los jueces de Israel. Este erudito falleció hace aprox. Doscientos años y dejó una hija viuda, quien a su vez tenía una hija adolescente y ambas vivían en Lisa. El rabino sus últimos años vivió en otra ciudad, sin embargo su hija permaneció en la ciudad y su nieta, posteriormente se comprometió con un joven del lugar.
La viuda, hija del gran rabino de Lisa junto a su hija programaron un viaje a una ciudad cercana a los efectos de adquirir vestimenta adecuada para la novia. A tales efectos, pidieron un carruaje que las conduciría a la ciudad en cuestión, Este carruaje estaba conducido por un gentil.
El día pactado, el hombre se presentó con su carruaje para conducir a las mujeres a su destino. El hombre, que imaginaba que la viuda y su joven hija se dirigían a la gran ciudad cercana a Lisa para hacer las compras necesarias para la boda, al salir de la ciudad se dirigió a la zona en que él mismo vivía y donde sus cómplices acechaban. Al llegar cerca de su casa, estos salieron de sus escondites y se abalanzaron sobre las mujeres y las maniataron con sogas, sellaron sus bocas con trapos y les robaron todas sus pertenencias.
El conductor del carruaje y sus cómplices, ante el temor que la mujer los denuncie con las autoridades, decidieron incinerarlas en un gran horno que el mismo conductor tenía en su casa y así eliminarían todo rastro de las mujeres. Sin embargo, se percataron de que no tenían suficiente leña para incinerar a ambas mujeres, por lo que se dirigieron al bosque cercano a conseguir la leña necesaria y tras rato retornaron para continuar su macabra tarea. Entretanto, se desató una discusión entre el hombre y sus cómplices sobre cómo distribuir el botín. Mientras que el conductor del carruaje exigía un porcentaje superior del botín, aduciendo que él fue quien programó todo el hecho, los otros disentían. Así, comenzó una gran discusión a vivas voces que llamó la atención de un oficial de policía que pasaba por el lugar. Al acercarse el policía a la casa, los delincuentes temerosos escaparon a las corridas. Al verlos correr, el oficial comprendió que algo inusual estaba ocurriendo por lo que buscó en las habitaciones de la casa y descubrió a las dos mujeres maniatadas, inmediatamente cortó las sogas y les permitió reponerse y les preguntó por lo sucedido y las mujeres le relataron todo el hecho. Posteriormente retornaron a su casa sumamente alteradas por lo vivido.
Esa noche, el gran erudito de Lisa se apareció en sueños a su hija y le dijo, cuando me enteré que estabais en una situación de grave peligro, subí a los estratos más altos de los cielos para pedir ante el Eterno por vuestras vidas. Sin embargo, mis ruegos no fueron aceptados pues ustedes habían trasgredido la prohibición de ijud con el cochero, pues salieron solas con él a un camino fuera de la ciudad (situación que conforma la prohibición de ijud). Entonces me dirigí a un lugar aún mas elevado y desde allí pedí al Eterno por vuestras vidas en mérito de la Torá que durante mi vida terrenal había difundido y así finalmente mis ruegos fueron aceptados.