El episodio que relatamos a continuación era muy apreciado por nuestro maestro Rabí Ovadia Yosef z”l pues del mismo se puede aprender sobre la importancia de asumir un verdadero y genuino arrepentimiento para rectificar los pecados cometidos.
El Talmud (Shabbat 56) afirma e nombre de Rab, que no existe mayor retornante que el rey Yoshiahu en su generación, sobre quien está escrito: Y como él no existió otro rey que retornó a D-os con todo su corazón. Y continúa Rab diciendo, que en su generación había un retornante de especial importancia. Su nombre era “Aba”, hijo de Rabí Yrmiya bar Aba. Agrega allí Rab Yosef que existe otro retornante de gran importancia en dicha generación llamado “Okban ben Nehemia”. Se trataba de un exilarca, o sea el líder de las comunidades judías en Babilonia, cuyo encumbrado cargo era trascendente incluso a nivel político entonces. A este hombre lo llamaban Natan Susita,el apodo “susita”, en arameo, chispa, es debido a las chispas que produjo debido a su teshuba.
Rabí Nissim bar Yaacob, en su compendio de relatos cita el episodio de Natan Susita como lo narramos a continuación.
Este hombre, llamado Natan era sumamente acaudalado y se enamoró de una mujer casada llamada Hanna. Su enamoramiento fue tal que llegó a enfermarse y debilitarse debido a la atracción que dicha mujer ejercía sobre él. Los médicos, determinaron que este hombre sólo podía salvarse si se casaba con Hanna, sin embargo los rabinos dictaminaron que, era preferible que muera y no se case con aquella mujer, pues se trataba de una prohibición capital en la Torá.
En aquellos días, el esposo de Hanna, un hombre sumamente pobre decayó en su situación financiera y lo acreedores lo acosaban hasta que, no pudiendo hacer frente a las deudas fue encarcelado. Hanna, su esposa, trabaja arduamente tejiendo para poder ganar unas pocas monedas con las que compraba algo de alimento que llevaba a la cárcel para su esposo.
Después de un tiempo, cuando su situación empeoró, este hombre incluso prefirió la muerte a seguir sufriendo encarcelado. Llamó a su esposa y le pidió que se acercara a Natan para pedirle un préstamo y así poder rescatarlo de su horrible situación. Pero la mujer le respondió que, era sabido que Natan enfermó por no poder casarse con ella y la deseaba ilícitamente. Incluso Hanna se enojó con su marido y regresó a su hogar.
Tras unos días, Hanna se apiadó de su esposo y volvió a visitarlo en la cárcel. Este, con lágrimas en los ojos nuevamente le pidió que tome dinero prestado de Natan para rescatarlo de su desesperante situación, diciéndole que eleve sus plegarias al Eterno para no caer en ninguna prohibición. Esta vez, Hanna cedió al pedido de su esposo y se acercó a la casa de Natan a pedir el préstamo. Este, inmediatamente le indicó a sus sirvientes que le entregaran el dinero necesario para rescatar a su esposo.
Natan, tras entregarle el dinero le dijo a Hanna, tu sabes que estoy enfermo por ti, yo he cumplido con lo que me pediste ahora te toca a ti cumplir con lo que te pido. Hanna, se dirigió a Natan y le dijo: Estoy en tus manos, no puedo contradecirte pues me has prestado una suma grande de dinero, pero óyeme primero. Eres un hombre respetable, con muchísimos méritos y buenas acciones en su haber, no destruyas todo eso haciendo algo con lo que pierdas tu parte en el mundo venidero! Que lamentable que pierdas todo por un simple placer pasajero. Recuerda lo que enseñaron nuestros sabios: Quién es realmente poderoso? Aquel que domina sus pasiones! Así cumplirás la voluntad del Eterno y serás dichoso tanto en este mundo como en el venidero.
Tras escuchar a Hanna, Natan se levantó de la su lecho y se postró ante el Eterno en una plegaria: D-os del universo, dame las fuerzas necesarias para dominar a mi mal instinto y encaminarme por el sendero del bien y del retorno y no tenga que avergonzarme ni en este mundo ni en el venidero!
Después de unos días, Rabí Akiva caminaba por uno de los senderos con sus alumnos y vio a un jinete de cuya cabeza se desprendía una luz sobre natural y le preguntó a uno de sus alumnos quién era esa persona. El alumno le respondió que se trataba de Natan. Volvió a preguntarles si veían algo sobre su cabeza y respondieron negativamente. Mandó llamar a Natan y le preguntó, hijo mío! Que gran acto has hecho que has merecido un halo de luz sobre tu cabeza. Entonces Natan le relató el episodio de la mujer casada de la que se había enamorado y cómo tras escucharla sometió a su instinto y no cometió ninguna trasgresión. Le dijo Rabí Akiva, dichoso eres que has ganado tu parte no sólo en este mundo sino también en el venidero.
Ahora escúchame, le dijo el Rabí, ven conmigo y te enseñaré Torá. Y así Natan se convirtió en alumno de Rabí Akiva y de él aprendió Torá y vivió con la holgura de su riqueza mereciendo también todo el bien eterno.
De lo anterior aprendemos, que aún cuando en la actualidad no disponemos de un Rabí Akiva, la persona que se arrepiente de una mala acción y retorna al Eterno de todo corazón asumiendo no volver a incurrir en dicho pecado, será coronado con una luz espiritual muy intensa y ameritará la vida eterna en el mundo venidero.