Escribe el Rosh (Teshubot cap. 15) El padre que le ordena a su hijo que no hable con determinada persona y tras el fallecimiento del padre el hijo desea recomponer sus relaciones con dicho individuo, puede hacerlo. Pues según el Talmud (Pesaim 113) el padre que encomienda al hijo una acción que supone una trasgresión, no debe el hijo oir a su progenitor en este caso. Y partiendo del supuesto de que supone una trasgresión odiar a otro judío, a menos que lo haya visto cometer pecados o trasgresiones, entendemos que no se debe atender al padre que ordena a su hijo interrumpir sus relaciones con alguien debido a una situación de enrentamiento, etc. Y así lo dictaminaron también el Tur y Maran.
Concluímos de lo anterior que está prohibido interrumpir el habla o el saludo a otro judío pues eso supone una forma de odio que se opone a lo que indica el ver. “Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Asimismo pues este tipo de actitudes no se condicen con el espíritu del judaísmo que promueve el amor y acercamiento entre las personas, pues de conocer realmente el valor de cada espíritu judío y su santidad ello nos llevaría a honrarnos y amarnos unos a otros. Por ello el padre que encomienda a su hijo dejar de hablar con alguien, por alguna discusión que mantuvo con esa persoan, no debe el hijo atender esta orden de su padre pues se opone a la Tora.
Asimismo, si alguno de los padres discute con algún hermano suyo y se enemistan y dejan de hablar. Y le ordena su padre que no concurra a los Shiva de dicho tío o tía, no debe oir a su padre ya que esta actitud se enfrenta a la hermandad y amor que debe existir entre todos los judíos, como lo encomienda la Torá
Esto mismo aplica a cuestiones entre el hombre y D-os. O sea que si su padre le encomienda trasgredir un precepto no debe oírlo, pues está escrito: “Honrará el hombre a su padre y a su madre”, e inmediatamente el siguiente ver. dice: “Y mis shabbatot habéis de cuidar”. De lo que infiere el Talmud que si el padre ordena trasgredir el Shabbat, o cualquier otro precepto, no debe obedecerlo.
Nuestro maestro Rabí Ovadia Yosef z”l ejemplificaba esta halajá con la siguiente parábola, probablemente en nombre del famoso orador de Dubna. Un hombre, antes de fallecer reunió a sus tres hijos y les dejó a cada uno un regalo especial. Al primero de ellos le dejó una manzana que quien la oiera se curaba de cualquier afección. Al segundo le legó un espejo que le permitía ver cualquier lugar del mundo (un suerte de transmisión satelital) y al tercer hijo le dejo una alfombra voladora que lo podría transportar a cualquier lugar.
Un día, el hermano que recibíó el espejo observó que en París, Francia se desarrollaba un gran revuelo en el palacio Se acercó para pír mejor qué sucedía y oyó que a la princesa la aquejaba una enfermedad que no podía ser diagnosticada por los médicos, quienes incluso llegaron a desahuciar al rey. Inmediatamente, el dueño del espejo se dirigió a su hermano, el dueño de la manzana curativo y le propuso llegar hasta el reino galo y curar con su manzana a la princesa, Pero para ello, tuvieron que recurrir al hermano dueño de la alfombra mágica para poder trasladarse inmediatamente. Así lo hicieron y llegaron al país galo, se vistieron de médicos y se presentaron ante el rey como galenos que llegaban de tierras lejanas y que podían curar a la princesa. Entonces, prepararonn ciertos ungüentos con los que “supuestamente” curarían a la princesa y se acercaron a ella para curarla, cuidándose de acercar la manzana para que la joven la huela. Así, la princesa fue mejorando hasta que finalmente se recuperó.
El rey, se acercó al supuesto médico, el hermano dueño de la manzana y le confesó que vio en él una persona muy especial, pues no sólo curó a su hija única sino que se comportó en forma amable y respetuosa, por lo que le proponía que aceptase a la princesa como espesa.
El hombre pidió unos días para responder al monarca y entretanto comentó con sus hermanos la propuesta. El primero, dueño del espejo, le respondió que él merecía el crédito ya que de no ser por su espejo no hubiese sabido de la enfermedad de la princesa. Sin embargo, el hermano de la alfombra consideró que era suyo el mérito pues de no ser por su alfombra no estaría allí. Y así se sucito una discusión entre los hermanos quienes decidieron presentar sus argumentos ante el mismo rey.
Hablaron con el monarca y cada uno de ellos expuso su argumento ante el rey. El monarca pensó y decidió que la misma princesa oyera toda la situación y ella misma decidiera. Y así fue, l princesa oyó toda la cuestión y habló con suma inteligencia. Es verdad que a ti, dueño del espejo te estoy sumamente agradecida pues salvaste mi vida con tu información, también a ti dueño de la alfombra pues gentilmente trasladaste a tu hermanos hasta aquí, Y por ello deseo recompensarlos con una gran riqueza de los tesoros reales. Pero con quien deseo desposarme es con el hermano dueño de la manzana, pues a uds ya no los necesito, sin embargo a él lo necesito para que me conserve sana durante toda mi vida.
Esto ejemplifica lo que ocurre con el hombre, que nace producto de tres socios, el padre, la madre y el Eterno, que aporta el alma. Por ello, si el padre le ordena trasgredir la Torá, debe responderle que con todo el respeto que les merece, pues sus progenitores los trajeron a este mundo, él se debe al Eterno quien debe conservar su alma para continuar con vida.