Extracto de un discurso que Rabi Ovadia Yosef z”l dirigió en la sinagoga Hazon Ovadia del barrio de Rehabia, Jerusalén
Se cita en nombre de un gran rabino, una explicación sobre la mishna (Shabbat cap. 2): Isarten? Eravten? Hadliku et haner! (habéis sacado diezmo? Habéis realizado el eruv -para poder trasladar objetos en otro dominio-, encended las luminarias!). Isartem, ya han transcurrido los diez días de retorno; eravtem, ya ha pasado la víspera de Quipur; resta ahora encender la luminaria, el alma divina que se cobija dentro nuestro.
Explican en nombre del autor de la obra Toldot Yaacob Yosef, que en cierta ocasión un zapatero permaneció hasta altas horas arreglando uno zapatos, cuando la gente le llamó la atención por lo tarde, respondió: “Mientras la vela ilumina podemos arreglar algo”. Lo mismo ocurre con el alma divina, mientras arde podemos rectificar nuestros errores y retornar en teshuvá.
Afirma el Talmud (Berajot 32): Desde la destrucción del sagrado Templo, se erigió un muro de hierro entre nosotros y nuestro Padre celestial, como está escrito: “A pesar de mis clamores y mis ruegos, se ha cerrado mi plegaria”. Sin embargo, los pórticos de las lágrimas no se han cerrado, como lo expresó el rey David: “Oye, oh D-os mi plegaria, mis clamores atiende y ante mi lágrima no Has de callar”. David le pide al Eterno que oiga sus plegarias y no desatienda sus clamores, sin embargo no pide que vea sus lágrimas, pues las lágrimas siempre están delante del Eterno, especialmente las que se vierten en el momento de la Neilá -plegaria de cierre de Quipur-. Pues se trata del momento en que el Eterno juzga personalmente a sus hijos y ellos pueden acudir a Su misericordia para que disculpe los pecados cometidos, aún los más graves. De no poder llorar, que se exprese con voz quejumbrosa.
Se cuenta sobre Rabí Simha Bunam z”l, alumno del famoso visionario de Lublin z”l, que en su juventud tenía una tienda que atendía sólo unas horas por día y dedicaba la mayor parte del tiempo a estudiar Torá y así se convirtió en un hombre muy adinerado. Un año, en víspera de Rosh Hashana visitó a su famoso maestro en Lublin y le pidió que lo bendijera para el año próximo. El Rabí le respondió que no era portador de buenas noticias ya que el año próximo perdería toda su fortuna y llegaría al punto de faltarle la comida. Dejó la casa de su maestro derrotado y triste.
El día de Quipur, mientras servía como oficiante comenzó a imaginarse a si mismo en la pobreza más extrema y sus lágrimas y sentidas plegarias al Creador contagiaron a toda la congregación que lloró con él. Al día siguiente de Quipur, cerró su tienda, finiquitó sus negocios y se entrevistó con una sra. Comerciante llamada Tamar a quien le propuso encargarse de sus negocios que eran bastante grandes. La mujer aceptó y tras un mes de trabajo el éxito acompañó a Rabí Simha Bunam y las ganancias se multiplicaron. Entonces le pidió que, debido al éxito que le trajo lo asociara con un 10 % en las ganancias. La mujer, consciente de que la piedad del hombre había hecho prosperar sus negocios, se lo concedió. Después de dos meses, el negocio creció en forma inusual y ahora el pidió un 20% de las ganancias lo cual también le fue concedido. El negocio continuó creciendo y en Rosh Hodesh Shevat Rabí Bunam le dijo a la sra. Que a partir de ahora recomenzaría su negocio y así fue, reabrió su negocio y obtuvo grandes riquezas.
Antes de Pesah, cuando visitó a su maestro este le dijo: Debes saber que todo cuanto te dije fue real, pero las lágrimas que vertiste en Quipur durante tus plegarias hicieron que se borrara el duro decreto que se cernía sobre ti.
Y así lo enseña el sagrado libro del Zohar (Parashat Vaihi) donde afirma que las lágrimas de la persona pueden eliminar los peores decretos. Esto se aprende de nuestra matriarca Lea, quien con sus lágrimas logró revertir el decreto de casarse con Esav que se cernía sobre ella.
Esto no significa que la persona debe clamar llorando por su sustento o necesidades económicas, ya que estaría actuando así como lo hace un niño que reclama sus golosinas. Debe llorar por sus malas acciones, sus faltas ya que estas son la raíz de todos los problemas y malos decretos. Como afirma el Talmud (Kiddushin 82), “me comportado negativamente y por lo tanto he perjudicado mi sustento”. Entonces su teshuba, expresada con lágrimas lo cual testimonia que se acerca desde lo más profundo de su corazón, puede lograr que se anulen los malos decretos, convierten la justicia en misericordia divina y así saldrá airoso de su juicio ante D-os. Pues el lugar que alcanzan los retornantes no puede ser alcanzado.
Que el Todopoderoso nos inscriba en el libro de la vida y la prosperidad. Amen