En los rollos de Antiocus (ver sidur Bet Oved folio 165) y en el libro de los Jasmoneos cap. 13) relata que el rey de los griegos era un acérrimo enemigo de los judíos, y transmitía el mismo a su pueblo diciéndoles que tenían que conquistar Jerusalén y eliminar su ideología, anulando la observancia de tres preceptos básicos, Shabbat, Milá –circuncisión- y Rosh Hodesh –comienzo del mes- pues el pueblo de Israel era diferente de todos los demás pueblo y no aceptaban asimilarse a su cultura.
Este emperador reunió un gran ejército, 120 000 soldados del imperio seléucida y otros cientos de miles de otros distritos (lo que hoy sería Albania, Cósobo, Saravia, Bulgaria, etc.) que formaban parte del imperio griego, muchos de estos mercenarios montados en elefantes y fuertemente, armados, para ir a la conquista de Jerusalén.
Al recibir la noticia Yehuda, el Macabeo y con él Yojanan hijo de Matitiahu decidieron pedir al pueblo que ayunaran y elevaran sus ruegos al Eterno, pues según las leyes naturales no podrían imponerse a semejante ejército. Y así lo hicieron, ayunaron tres días continuados y rezaron a D-os para que acuda en su ayuda ya que era absolutamente imposible enfrentarse a un ejército tan gigantesco.
Sin embargo, el Eterno Imbuyó a los valientes soldados Jashmoneos de una fuerza sobrenatural y desde el comienzo mismo de la batalla pudieron matar unos cuatro mil soldados enemigos, lo que provocó un enorme recuelo entre las fuerzas atacantes y comenzaron una desordenada retirada que los llevó matarse incluso entre ellos mismos, lo que resultó en una ominosa derrota que los hizo huir dejando el frente de combate.
Así. Regresaron los Jashmoneos a Jerusalén haciendo sonar las trompetas de la vitoria, agradeciendo al D-os Todopoderoso por la victoria sobrenatural que habían obtenido. Y volvieron a encender las luminarias del sagrado Templo. Y así D-os protegió y salvó a Su pueblo del extermino coronándolos con la victoria sobrenatural.
Explica nuestro maestro Rabí Ovadia Yosef z”l que este milagro se debió a la Torá que estudiaban los Macabeos, la profunda dedicación al estudio los hizo merecedores de este gran milagro.
Hay un Midrash sumamente curioso. Dice el ver. En el Cantar de los Cantares: “Las mandrágoras dieron su aroma y en nuestras puertas todas las frutas dulces…” comenta el Midrash, “Las mandrágoras dieron su aroma…” se refiere a Reubén, y “en nuestras puertas todas las frutas dulces…” hace referencia a las velas de Janucá. Obviamente es preciso interpretar esta extraña afirmación del Midrash. Explica nuestro maestro Rabí Ovadia Yosef z”l que, como leemos en la Torá, en mérito de las mandrágoras o jazmines que recogió Reuvén para su madre Rivká y que esta cedió a su hermana Rajel, y así obtuvo el derecho de compartir con su esposo esa noche la tienda. De dicha relación nació Ysajar, la tribu que se destacó por los estudiosos y eximios sabios de la Torá, de los que surgieron doscientos jefes de sanedrín en la historia del pueblo de Israel. Esta Torá fue la que protegió e hizo merecedores a los Macabeos de obtener la milagrosa victoria que experimentaron sobre sus enemigos.