CAYÓ LA CORONA DE NUESTRAS CABEZA, POBRES DE NOSOTROS PECADORES, ESTO APENA NUESTOS CORAZONES Y OSCURECE NUESTROS OJOS!
Cuando falleció, el año 5762, el real erudito, corona privilegiada de Israel, luz eminente del Talmud y sus comentaristas, luminaria de Israel, columna principal y martillo de poder, único en su generación (citamos textualmente lo que escribiera nuestro maestro Rabí Ovadia Yosef z”l) Rabí Hayim Kroizvirt z”l, Gran Rabino de Antwerpen, Bélgica, nuestro maestro se hallaba sumido en un luto profundo. El solía decir que el mundo no conoció realmente a Rabí Hayim Kroizvirt z”l a quien lo unía una gran amistad. La mayoría de las personas no conoció la talla espiritual de este gigante de Israel que según nuestro maestro no poseía quien lo secundara.
Cuando nuestro maestro comenzó sus palabras de hesped –palabras de luto- lo hizo con una pregunta. Aparentemente no tiene lugar toda esta conmoción, si el Talmud (Kiddushin 72b) afirma que no fallece un gran sabio sino hasta que nace quien lo supla, falleció Moshe y sucedió Yehoshua, falleció Yehoshua y lo sucedió Otniel ben Kenaz, al fallecer Eli lo sucedió el profeta Shmuel. Esto nos sirve de consuelo, que seguramente ya existe otro hombre justo como el fallecido. Por qué entonces nos duele tanto el fallecimiento del Rab?
Explicó nuestro maestro entonces en nombre de los comentaristas, que no necesariamente el nuevo hombre justo va a poseer la grandeza del anterior. Como afirma el Talmud (Baba Batra 75) “los ancianos de aquella generación decían, Moshe era como el sol y Yehsoshua es como la luna”, pues las generaciones se hallan en permanente declive.
Así, nosotros hoy nos hallamos de luto por la pérdida del gran erudito que rescató la gloriosa tradición sefaradí e hizo retornar la corona a su lugar de privilegio, que recobró para la halajá el lugar que había perdido, el hombre que se convirtió en la columna de la Tora, de la misericordia, de la tefilá, de humildad, de santidad, un gigante en sus discursos, en sus dictámenes y en su amplia comprensión. Ahora, que perdimos a nuestro maestro y quedamos huérfanos, no nos queda más remedio que reunir a todos los sabios de la Torá y quizás todos ellos puedan conservar aquello que nuestro maestro tanto esfuerzo le dedicó.
Cuantas veces, al escuchar a nuestro maestro pudimos comprobar su grandeza en la Cabalá, sin parangón en nuestra generación así como no existía quien pueda compararse a él en su erudición en la sabiduría de la Torá.
Al margen de su gran erudición en Torá, era un gigante del favor y la misericordia. Nos contó uno de sus mayores allegados, R. Tzvi Jakak Shlit”a, que en diversas ocasiones le realizaban preguntas sobre temas complejos de halajá que requerían la competencia de nuestro maestro para dilucidarlos, y nuestro maestro le indicaba que colocase las preguntas a un lado de su cama. Posteriormente, permanecía en su estudio hasta las dos de la mañana, hora en la que se retiraba a descansar a su habitación. A las seis de la mañana, cuando Rabí Jakak llegaba a la casa de nuestro maestro, éste ya estaba estudiando y la respuesta a la pregunta se hallaba concluida para que ser enviada antes de la tefilá. Todos se preguntaban cuándo pudo escribir la respuesta si hacía solo cuatro horas que se retiró a descansar.
Realmente no podemos hablar de nuestro maestro ya que cada una de sus virtudes llenaría páginas enteras, su grandeza era inalcanzable, un hombre santo que descendió de las alturas. Testimonian Rabí Israel Abujatzira z”l y Rabí Mordejai Sharabi z”l, las grandes autoridades de la Cabalá de la generación pasada, que el alma de nuestro maestro estaba atesorada desde la época de los gueoním –s. XI-XI- y el Todopoderoso le dijo a ese espíritu “espera a que llegue el momento, cuando la generación se halle colmada de apostasía y renegados, bajarás al mundo”.
De hecho, a ningún niño de seis o siete años le pasa por la mente dedicar su vida al estudio de la Torá, en tanto que nuestro maestro, ya a aquella tierna edad dedicaba muchas horas del día al estudio de la Torá, lo profetas y demás escritos. Ya a los diez años escribía magnificos comentarios sobre la Torá (en la obra “Abir Haroim”, biografía autorizada de nuestro maestro, aparecen algunos manuscritos de aquella época, algo realmente increíble). A los catorce años ya conocía todo el Talmud y a los veinticinco años era considerado un grande de la Torá equivalente a todos los que hoy conocemos. Quién podrá reemplazarnos aquella grandeza de conocimientos.
Analizando sus obras, recordamos a Rabí Hyia (Ketubot 103) Dijo Rabí Hayia, yo hice que la Torá no se olvide de Israel, sembré lino y con el lino que recogí confeccioné redes y con ellas cacé venados, con su carne alimenté a huérfanos hambrientos y con su cuero confeccioné pergamino. En estos pergaminos escribí los cinco libros de la Torá y los seis tratados de la Mishna para que los estudien. Sobre él dijo Rabenu Hakadosh, el príncipe Rabí Yehuda Hanasi ¡que grandes son las obras de Hyia!
Así decimos hoy ¡que grandes las obras de nuestro maestro Rabí Ovadia Yosef z”l, que con toda se grandeza en Torá compartía con personas simples y les transmitía conocimientos e interesantes relatos que ellos podían comprender.
Terminaba de comentar profundos temas con el gran erudito de Jerusalén Rabí Tzvi Pesah Frank z”l e inmediatamente se disponía a dictar una clase a gente prácticamente ignorante.
El no tenía una Yeshiva pues no tenía alumnos sefaradim para enseñarles, pero eso no lo hizo desfallecer, comenzó a enseñar a personas simples, gente de trabajo, día tras día, hasta que sus hijos crecieron y entonces se preocupó por que ingresaran en una Yeshiva y las niñas a escuelas religiosas, también a aquellos niños les enseñaba Torá hasta que muchos de ellos se convirtieron en verdaderos eruditos de Torá. Y asi una generación entera que estaba destinada a abandonar la Torá se convirtieron en personas con verdadero temor a D-os, estudiosos de la Torá y observantes de sus preceptos. Construyó lentamente una nueva Jerusalén y la mayoría de los eruditos sefaradím así como muchos ashkenazim le deben su Torá a Rabí Ovadia Yosef z”l. Dichosa la generación que lo cobijó!
Todo Israel sintió la gran pérdida que supuso el fallecimiento de nuestro maestro, quizás el motivo de ello es que se asemejaba a Moshe, era el espíritu vivo de todo Israel, y por eso todo aquel que posee un espíritu de vida dentro de él se conmovió con la desaparición de nuestro maestro.
Que el Todopoderoso se apiade de nosotros y no permanezcamos como un ganado que carece de pastor, y que Rabí Ovadia de las alturas se convierta en nuestro ángel defensor, nos abandones, no nos deje y se cumplan sus bendiciones sobre todo el pueblo de Israel, a quienes amaba como un padre a sus hijos, como una madre a su pequeño, el se entregaba totalmente al pueblo todo.
Que así D-os nos recompense y no bendiga con la redención definitiva y podamos ver la resurrección de los muertos, Amen.