Estos días que transcurren entre el 17 de Tamuz y el 9 de Ab son denominados en la halajá “ben hametzarim” –entre la angustia-, pues marcan el trágico período en el que Jerusalén fue asaltada y el sagrado Templo que allí existía destruido, debido a ello practicamos distintas costumbres de duelo por aquella destrucción que tanto nos afectó. Sin embargo, cabe preguntar por qué tanto luto por aquella destrucción, por qué continuar sufriendo aquel período histórico?
En realidad se expusieron distintos motivos sobre ello. En principio, cada individuo de Israel debe lamentarse y sollozar por aquella destrucción que dejó al pueblo de Israel sumido en la oscuridad espiritual, al perder aquel sagrado lugar que nos comunicaba directamente con el Eterno. “Cada generación en la que no se reconstruye el Templo, es como si volviese a destruirse”, esta afirmación representa una lamentable realidad, la de que aquellas causas que originaron la destrucción todavía nos afectan y no logramos superarnos.
Y debido a nuestros pecados no sólo se destruyó el Templo, sino que murieron numerosos hombres justos y piadosos, cada uno de los cuales era un padre espiritual para nuestro pueblo. Y si preguntamos por qué ocurrió esto, hallamos la respuesta en la corrupción moral que se propagó entre nosotros. Y afirman nuestros sabios que cuando el pueblo se corrompe moralmente, la peste y la mortandad lo afectan eliminando tanto a los buenos como a los malos, el terrible decreto que se emite en los cielos debido a la corrupción moral no discrimina y afecta a buenos como a malos.
Y así se expresa el santo y gran erudito Rabí Yonatan Ewshiwtz z”l en sus comentarios sobre estos días: “Hijos míos, hermanos, despertad de vuestro sopor! No pierdan vuestro tiempo en banalidades mundanas, en discusiones vanas sobre guerras, política, etc. pues especialmente durante estos días debemos recordar aquella fecha en que el enemigo nos invadió y penetró la murallas de Jerusalén y destruyó nuestro esplendor espiritual, ay! Por nuestros pecados. Como no caerán las lágrimas por vuestros ojos al recordar estos días, en que los gentiles pululaban por el sagrado santuario. Con sus afiladas armas llegaron para asesinar desde los más jóvenes retoños hasta los ancianos en sus moradas. Despertad hermanos míos! Y apreciad vuestro tiempo, no lo perdáis pues es lo más preciado que el hombre tiene.
Y como es sabido, nuestro mal instinto trabaja en forma gradual. En principio induce al hombre a pecar en cuestiones intrascendentes, hasta llevarlo finalmente a cometer idolatría. Comienza incitando al hombre a perder su tiempo en vanas discusiones sobre política, en cuestiones mundanas y placeres vacuos, y termina llevándolo a cometer los peores pecados.
Por eso justamente en estos días debemos incrementar nuestra santidad y supervisar desde nuestros pensamientos hasta nuestras palabras y nuestros actos para superarnos y elevarnos espiritualmente. Refinar nuestras inclinaciones y alejarnos de la envidia y el odio indiscriminado, que fueron la causa fundamental de la destrucción.
Y en mérito a ello el Eterno verá nuestro mérito, se apiadará de nosotros y enviará la tan ansiada redención final, Amen.